Uno de los “cantazos” más fuertes que recibí al mudarme a los “Estados Juntos” fue el de tener que acostumbrarme a que la Semana Santa, especialmente el Viernes Santo, en este país no se observa o no tiene la importancia a lo que yo estaba acostumbrado. Digo, en un país en que el dólar, la moneda oficial, tiene impreso y bien grande: “In God we trust”, yo esperaba encontrar el mismo respeto por el día de más respeto entre los cristianos.
Alguien me dijo que lo que pasaba era que este pais era predominantemente protestante y eso de lo que yo estaba hablando era mas bien una tradición católica.
Tambien nuevo para mí, porque en Puerto Rico fueras católico, aleluya, presbiteriano o bautista, la Semana Santa era la Semana mayor.
Yo me crié en la religión protestante, presbiteriano para ser exacto… y fuera por tradición o por lo que fuera, la Semana Santa se observaba en la casa de la forma más rígida.
Tambien la Isla se practicamente paralizaba esa semana. Cuando yo era chiquito, no había escuela. Era nuestro “Spring break”. Las emisoras de radio y televisión cambiaban su programación para música y programas religiosos. Eran las mismas películas mejicanas o españolas… “El Martir del Calvario”, “La Vida de Jesús”… películas que uno practicamente se sabía de memoria.
La semana empezaba con el Domingo de Ramos y los católicos iban a buscar su ramita de palma. Como ya dije, para esa época de mi vida, yo no era católico y no podia entender porque a nosotros no nos daban las ramitas… La vieja nos hacía ir todos los días de la semana a los servicios de la iglesia. Siempre traían a alguien a predicar y se rompía con la monotomía.
El jueves Santo, la vieja iba a la plaza del Mercado para comprar pescado para hacer un escabeche. Recuerdo el aroma de “La Sierra” que ella adobaba y freía, pero que no se podia tocar porque era para el próximo día. El Viernes se prendía la estufa solo para calentar. No se podía cocinar. No se podia trabajar… no se podia hacer nada… El que se atreviera a clavar en el Viernes Santo… pobre de él. Había que vestir en ropa de luto, preferiblemente blanco o negro.
Despues de almorzar generalmente las viandas o con bacalao o con el escabeche que se preparaba el día anterior, se preparaba uno para ir al servicio de las siete palabras.
Mientras los católicos se conglomeraban a la entrada de la catedral para la procesión, la vieja nos llevaba a oir las siete palabras, que se convertían en mi mente infantil, en la más angustiosa verborrea que un cuerpo de niño puede aguantar. Había que chuparse siete sermones, uno detrás del otro. Yo me sabía las siete palabras de memoria y ya anticipaba lo que el predicador iba a decir. Para mí era como recordarte la angustia que Jesucristo pasó en su Vía Crusis y en el Calvario. ¡Yo quería estar en la proseción!
En la procession estaba Reimundo y to’el mundo. Le gente bajaba de los campos y vestían las mejores galas. Hasta el más borrachón hacía acto de presencia. “By the way”… se supone que no se vendieran bebidas alcohólicas y menos consumirlas… se supone…
La época de cuaresma es una época seca y caliente y más en mi pueblo de Ponce. Lo sorprendente del caso es que casi siempre el Viernes Santo y por milagro divino a eso de las tres de la tarde, el cielo se vestía de luto y luego caían rayos y centellas para terminar el día mojados y refrescados.
Al crecer nos mudamos al norte de la isla y nos fuimos a vivir a Carolina. Allí, en Villa Carolina comencé a frecuentar la Parroquia Santo Cristo de los Milagros y a conocer los ritos católicos. Mire bien que dije los ritos o rituales, porque la base cristiana es la misma. El Dios que conocí siendo protestante siguió siendo el mismo.
Ahora sí que me daban una ramita de palma el Domingo de Ramos y aprendí el porqué. De las siete palabras no me pude escapar porque las seguí escuchando. Y me envolví tanto en mi nueva religión, que comencé en mi comunidad la tradicional procession de Viernes Santo.
Con la ayuda de todos los muchachos del barrio alquilamos vestuarios de soldados romanos y vestimentas de la época y por las calles y avenidas de Villa Carolina poniamos en escena el Vía Crucis de nuestro Señor. Eran miles los que venían a vernos y la prensa y la televisión le daban cobertura.
La gente oraba y hasta lloraba al ver pasar al Cristo cargar la cruz… Era una forma de una gente de pueblo recordar el porqué somos creyentes y nos alimenta una fe de un suceso que ocurrió miles de años atrás y cambió nuestras vidas, una forma de recordarnos el porque somos cristianos.
Esa semana de recordación ha ido disipándose. Ya no se observa de la misma forma. Y si se está por estos lares, el conejito de Pascua ha venido a sustituir al hijo de Dios que dio su vida por nuestros pecados.
Está en nosotros celebrar la Semana Mayor como debe ser y enseñar a las nuevas generaciones que pese a toda la presión que pueda existir, pese a todos los Conejos que puedan salir, incluyendo a los anticristos 666, nuestra tradición y nuestra creencia sigue firme y creciendo.
Domingo, 13 de Enero de 2008